"en esta casa existen reglas y se
respetan"
Es el modelo más clásico, aquel en el que uno o ambos padres llevan el
control total de la casa, guiándose por valores universales que son inmutables.
En estas familias se valoran mucho el orden, la disciplina y la obediencia.
Cuando se aplica
equilibradamente:
Si este estilo se acompaña de comprensión y cariño, es excelente para
formar lo que conocemos como "gente de bien", es decir personas con
altos estándares morales, que luchan por ser ciudadanos honrados y
sobresalientes. Puede brindar esa estabilidad tan deseada en una sociedad tan
cambiante como la nuestra. Puede producir personas que respeten y hagan
respetar las reglas de convivencias, y que estén comprometidas consigo
mismas, contando con armas sumamente valiosas como la disciplina y la
constancia.
Cuando se lleva al
extremo se convierte en el modelo
autoritario:
La inconformidad o la sumisión patológica son la norma en este modelo,
los hijos se ven atrapados en un juego donde hagan lo que hagan salen
perdiendo, si obedecen a sus padres tendrán que sacrificar sus deseos e
individualidad, convirtiéndose en autómatas que solo buscan satisfacer las
exigencias de su creador, en el caso que decidan ser congruentes consigo mismos
y manifestar sus sueños y deseos, se convierten en poco menos que demonios que
sufren la constante ira de sus progenitores.
El rechazo al modelo familiar lleva a los hijos a comportamientos que
reten las reglas y valores que sustentan a su familia, lo cual produce en
los padres una reacción de desapruebo y castigo, muchas veces acompañado de
violencia psicológica e incluso física, lo que no hace más que exacerbar el repudio
hacia el modelo, generándose de esta forma un círculo vicioso que va escalando
hasta límites realmente dañinos donde los miembros de la familia terminan
lastimando a los otros y a sí mismos.
Cuando los hijos terminan sometidos a los deseos de sus padres, es común
que se vuelvan personas poco tolerantes, repitiendo los mismos patrones de
rechazo con los que los criaron, en ocasiones viviendo vidas dobles y
manteniendo una doble moral, o en su defecto, viven presos de trastornos
conversivos, es decir, enfermedades físicas con causas psicológicas.
Cuando los hijos se mantienen firmes en rechazar a la figura de
autoridad, se enfrascan en ir en contra de los valores impuestos en sus
hogares, mientras viven un ambiente familiar caracterizado por la violencia y
el resentimiento. En los casos más graves pueden desarrollar trastornos
conductuales o de la personalidad caracterizada por acciones que dañan a
otros o a sí mismo.
Conclusión:
Los humanos somos seres de reglas, y la convivencia se vuelve
más armoniosa cuando desde pequeños se nos enseña, a través de
consecuencias a seguirlas y respetarlas. Sin embargo cuando el seguimiento de
las normas se vuelve más importante que el bienestar, la dignidad o el cariño,
lo único que podemos esperar es la destrucción del espíritu humano.
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